¡Reaccione presidente!
Los diagnósticos sobre la elección de Bolsonaro han sido objeto de debates por otros autores más capaces que yo. Basta con resaltar, para no quedarse sólo en el retrato de demandas históricas de una población mayoritariamente conservadora y en el ascenso de una Nueva Derecha sin vergüenza de asumirse como tal, que se debió en gran parte al surgimiento de una multitud de nuevos intermediarios que fueron capaces de driblar las mediaciones tradicionales de los medios y de los grandes partidos políticos.
Para quien no es capaz de entender esto basta con explicar que un Youtuber como Nando Moura, para mencionar solo un ejemplo, habla para mucho más que las tres millones de personas inscritas en su canal, considerando la circulación de videos por whatsapp y otros medios. Y que él no es el único hoy en Internet en modular la demanda de un tipo de electorado tradicionalmente excluido de los grandes medios. Por su parte, grupos conservadores y liberales que vienen formándose en el país desde antes del impeachment hoy tienen una capacidad de agregación y movilización mucho mayor que la militancia paga tradicional de los grandes partidos brasileños.
El problema es que el arte de ser elegido no es el mismo que el de gobernar. En un juego complicado, marcado por numerosos tropiezos, el nuevo gobierno parece haber optado por la construcción de un arreglo que superara las contradicciones del presidencialismo de coalición. En el modelo de gobernanza consagrado a partir de la Nueva República, el Ejecutivo actuaba como elemento coordinador a cambio de la distribución de ministerios, cargos y fondos para la aprobación de una agenda legislativa definida a partir del mandatario de la nación, en un esquema de toma y daca que garantizaba la viabilidad del gobierno electo a un alto costo.
A diferencia de otras democracias, la plétora de partidos existentes, mayoría absoluta sin agenda propia, componía un agregado de intereses conspicuos que inflacionaban a cada votación. En vez del funcionamiento normal republicano, donde un gobierno conservador, por ejemplo, automáticamente suele añadirse con fuerzas políticas de matriz liberal, con la distribución pragmática de ministerios operando como reflejo de la incorporación de una agenda clara, lo que se ha visto en Brasil es simplemente el "garpe". En primer lugar con ministerios, enmiendas parlamentarias y gordas rebanadas del presupuesto, después con cargos millonarios en estatales y, por último, cuando todo esto se agota, financiación ilegal de campañas por empresas amigas del gobierno y / o, simplemente, esquemas rentados.
La indisposición actual de operar con esa base ha contribuido a una situación inusitada. En un primer momento, una parte considerable del Parlamento, juzgándose insuficientemente contemplada por la composición del Ejecutivo, intentó operar los viejos boicots de siempre, buscando un shutdown en un gobierno todo el tiempo vendido como inoperante e incapaz de articular por los grandes medios. La palabra impeachment salió de la boca de los parlamentarios y luego comenzó a ser ventilada por la prensa ya a mediados de abril. El movimiento sólo no tomó cuerpo por el regreso de las masas a las calles el 26 de mayo, en una importante demostración de fuerza popular de apoyo al Presidente, que alejó riesgos de boicot y contribuyó a un realineamiento de grupos políticos dentro del gobierno que andaban golpeándose la cabeza públicamente.
Obviamente, no estamos en un Cielo de Brigadier ahora. La agenda de boicot explícito fue definitivamente sustituida por la del "parlamentarismo blanco". El Centrão, que a partir del día 26 fue rechazando explícitamente el apodo, objetiva la imposición de una agenda propia que tiene evidente significado ideológico y electoral, a pesar de la mera demanda fisiológica por más cargos y espacio. Ideológico, porque pretende imponer frenos, o incluso reacciones explícitas, a las agendas conservadoras que los mismos partidos que lo componen siempre procuraron sofocar cuando estaban en el poder. Electoral, porque juega con objetivos y alternativas que se presentan en el menú de los políticos y de la gran prensa.
Si la improbable popularidad parlamentaria se impone, el parlamentarismo aparece como alternativa de los golpistas para superar a un Presidente con amplio apoyo popular, pero transformado en reina de Inglaterra. Si no, el fortalecimiento de una composición partidista nueva, posiblemente ya para 2020, en que parte considerable del PSDB, del DEM y de otras leyendas se agreguen en una fuerza política única, con inclinaciones liberales, pero fuerte disposición de preservación de privilegios estamentales, aparece como alternativa deseable. En ese juego, Rodrigo Maia en la primera vía, o Juan Doria en la segunda, igual da. Lo importante es preservar ciertas parcelas. Y también, por extraño que parezca, imponer la agenda.
La agenda también ideológica, de hecho. La misma conocida del público brasileño desde el inicio de la Nueva República. Moderadamente liberal en economía, revolucionaria en las costumbres. Esta segunda parcela, por caso, viene garantizándose por la acción jacobina (esta sí) del Supremo Tribunal Federal. En la ausencia completa de legitimidad popular para aprobación en el Parlamento, sin perjuicio electoral, de pautas como matrimonio gay, criminalización de la homofobia y liberalización del aborto, el STF ya viene actuando desde hace tiempo como el ariete de la Revolución, en el peor sentido de la palabra. Recientemente, en el caso de la homofobia, operaron en el mejor estilo del Derecho Penal nazi, creando crímenes por analogía, en consonancia con el "deseo de la sociedad", que los alemanes de 1930 denominaban "sentimiento del pueblo".
Es esa especie de deep state que disputa hoy una agenda paralela con el gobierno. Se beneficia directamente de embestidas criminales como la que dio munición para Intercept, en la medida que las usan para vaciar cualquier agenda de combate a la corrupción y reducción de la impunidad, que le debilitaría desde dentro, buscando circunscribir la agenda bolsonarista en seguridad pública al combate al crimen organizado y reducción de la impunidad contra la criminalidad violenta. Y parece funcionar como una especie de Poder que se va imponiendo por el debilitamiento progresivo del espíritu disruptivo que eligió y animó el inicio del gobierno, como una horda de mosquitos que va poco a poco minando la voluntad del individuo, aunque uno u otro sean abatidos por un golpe de fuerza bien aplicado. Se hace tan más poderoso cuanto más el gobierno presenta debilidad en defender públicamente las demandas conservadoras que lo eligió --son seis meses de gobierno y ni siquiera se ha aventurado un Plan Nacional de Combate al Aborto, sólo para tomar un ejemplo--, además de no tener una identidad clara aún en cultura o en educación, dos campos que podrían dar sustancia e incluso conformar un aún poco definido bolsonarismo como fuerza política.
En ese juego, incluso la apuesta a las calles como elemento capaz de desequilibrar la disputa parece cargada de cierta vacilación o franco amateurismo. En el que pese a la demostración pública y notoria de fuerza popular el día 26, el gobierno no parece capaz de responder a las demandas de los grupos difusos que se agregaron en torno a la elección de Bolsonaro en 2018. Con la excepción de la batalla por el derecho a la legítima defensa, temas como aborto, valorización de la carrera policial, protección de la familia, combate a la ideología de género, descentralización administrativa en la educación, apertura de las concesiones de radio y televisión para la libre competencia, reforma universitaria, valorización de la alta cultura, restauración del patrimonio histórico, reforma política, entre otras banderas caras a los diversos grupos que hoy componen el todavía difuso bolsonarismo, no han sido acogidas por el gobierno. Muchas de esas personas, al no ver sus anhelos atendidos por el gobierno tienden, progresivamente, a retirar su apoyo o volver a casa.
Para empeorar la situación, una parte considerable de las bases que militaron en la campaña, y en 26-A, parece resentirse de cierto distanciamiento de un gobierno que a ella sólo acude en llamamientos esporádicos, en los momentos de apretón. Los policías, profesores, funcionarios públicos, médicos, periodistas, artistas, empresarios, activistas y toda clase de personas comunes corrieron riesgos reales al involucrarse políticamente en octubre del año pasado y ahora sufren toda suerte de represalias en forma de persecuciones políticas más diversas.
Los líderes políticos con enorme potencial de movilización no han encontrado en el partido del Presidente ni en sus círculos más cercanos un elemento de agregación capaz de organizar la fuerza política aún difusa en cientos de movimientos esparcidos por el país. No existe un plan claro para la formación o consolidación de un partido bolsonarista; no se ve preocupación por la selección y promoción de nuevos liderazgos o formación de cuadros. Al contrario, en muchos estados ya es evidente cierta preocupación con una composición política de arriba a abajo, con candidatos fisiológicos o nuevas subcelebridades (lo que impresiona, después del fracaso rotundo del PSL como fuerza política) escogidos por la proximidad que tiene con círculos próximos al Presidente, haciendo composiciones en base a los viejos cálculos de siempre (tiempo de televisión, número de intermediarios, fondos partidarios, etc.), contando con un (todavía) supuesto poder de transferencia de votos de Bolsonaro, que puede muy bien no concretizarse de hecho. Es sólo recordar lo que fueron las elecciones estaduales posteriores al inicio de la Revolución de 1964, expresión de una derrota fragorosa del movimiento, que aceleró la agenda autoritaria del régimen.
De esta forma, el bolsonarismo se va constituyendo como fuerza política en las capitales y rincones del país, en un agregado de intereses difusos, sin identidad o agenda propia, sin conexión profunda con las bases y la militancia. Y, para empeorar, queda la constatación obvia: no hay un Pablo Guedes, un Tarcisio o un Sergio en cada ciudad del país para componer un equipo de notables.
Lógico que es posible también ver el vaso medio lleno. En un cable de guerra con el Congreso, el gobierno parece estar desplazando lo que antes era una agenda "extremista" hacia el medio término. Fue así, por ejemplo, en la disputa en relación al porte / posesión de armas. Mientras el gobierno tira hacia el porte relativamente generalizado, el Centrão acaba aceptando la posesión prácticamente indiscriminada. Lo mismo puede decirse, en cierto modo, de la Reforma Previsional. No conseguir más de un billón como quiere Guedes puede ser bueno, cuando se consigue más billones de lo que cualquier otro Presidente ya lo ha hecho con esa agenda. El problema, en ese juego, es que hay tendencia a una victoria del Pantano. Con el debilitamiento progresivo del ánimo de la militancia, sin una agenda amplia de reformas que agregue a los diversos grupos en un ímpetu plebiscitario común, que se convierta en acción directa para presionar a los parlamentarios, sirviendo al mismo tiempo como idea fuerza para la organización de un partido-movimiento, la tendencia es que el gobierno vaya amoldándose poco a poco a los parámetros de un tucanato más a la derecha, o aquello que en Brasil mejor se expresa en el nombre de un partido con cada vez más fuerza en el juego político actual - Demócratas (DEM).
Algo así no sería del todo preocupante --quizá hasta propio del juego democrático-- si no sirviera como paracaídas de una agenda francamente revolucionaria, anti-conservadora y anticristiana que hoy avanza por la vía de un Judicial que se transformó en la expresión máxima de un poder político autoritario y no sometido a ningún control popular. En resumen, mientras el gobierno tira hacia la derecha y el Centrão (perdón por la obviedad) hacia el centro, el STF impone, a pesar de la lucha política, la Revolución de arriba a abajo. Y lo que queda, para aquellos que eligieron un Presidente con el objetivo de romper con ese proceso revolucionario, en la raíz del cual reside toda la pérdida de autoridad en la sociedad brasileña, es el cansancio.
Es posible que sea ese sentimiento el que explique la hasta ahora baja movilización en torno a las protestas del día 30. Además de la voluntad de ciertos grupos de dar un giro como el MBL y Vem Para Rua que, después del vergonzoso boicot del día 26, ahora intentan limpiarse en la militancia conservadora, hay cierto desánimo patente en gran parte de las personas. Puede que no se manifieste un vaciamiento sustantivo ya el día 30, pero no se puede dudar que vaya a hacerse presente tarde o temprano. Pese al optimismo con muchos de los ministros del gobierno, parece evidente que nos encontramos en un impasse. Por lo tanto, cabría apelar a un nuevo consejo bíblico, para un Presidente que se eligió usando de letmotive un pasaje del Evangelio, esta vez, del Apocalipsis de San Juan (3, 16): "Así, porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca." En buen romance: ¡reaccione, Bolsonaro!
Para quien no es capaz de entender esto basta con explicar que un Youtuber como Nando Moura, para mencionar solo un ejemplo, habla para mucho más que las tres millones de personas inscritas en su canal, considerando la circulación de videos por whatsapp y otros medios. Y que él no es el único hoy en Internet en modular la demanda de un tipo de electorado tradicionalmente excluido de los grandes medios. Por su parte, grupos conservadores y liberales que vienen formándose en el país desde antes del impeachment hoy tienen una capacidad de agregación y movilización mucho mayor que la militancia paga tradicional de los grandes partidos brasileños.
El problema es que el arte de ser elegido no es el mismo que el de gobernar. En un juego complicado, marcado por numerosos tropiezos, el nuevo gobierno parece haber optado por la construcción de un arreglo que superara las contradicciones del presidencialismo de coalición. En el modelo de gobernanza consagrado a partir de la Nueva República, el Ejecutivo actuaba como elemento coordinador a cambio de la distribución de ministerios, cargos y fondos para la aprobación de una agenda legislativa definida a partir del mandatario de la nación, en un esquema de toma y daca que garantizaba la viabilidad del gobierno electo a un alto costo.
A diferencia de otras democracias, la plétora de partidos existentes, mayoría absoluta sin agenda propia, componía un agregado de intereses conspicuos que inflacionaban a cada votación. En vez del funcionamiento normal republicano, donde un gobierno conservador, por ejemplo, automáticamente suele añadirse con fuerzas políticas de matriz liberal, con la distribución pragmática de ministerios operando como reflejo de la incorporación de una agenda clara, lo que se ha visto en Brasil es simplemente el "garpe". En primer lugar con ministerios, enmiendas parlamentarias y gordas rebanadas del presupuesto, después con cargos millonarios en estatales y, por último, cuando todo esto se agota, financiación ilegal de campañas por empresas amigas del gobierno y / o, simplemente, esquemas rentados.
La indisposición actual de operar con esa base ha contribuido a una situación inusitada. En un primer momento, una parte considerable del Parlamento, juzgándose insuficientemente contemplada por la composición del Ejecutivo, intentó operar los viejos boicots de siempre, buscando un shutdown en un gobierno todo el tiempo vendido como inoperante e incapaz de articular por los grandes medios. La palabra impeachment salió de la boca de los parlamentarios y luego comenzó a ser ventilada por la prensa ya a mediados de abril. El movimiento sólo no tomó cuerpo por el regreso de las masas a las calles el 26 de mayo, en una importante demostración de fuerza popular de apoyo al Presidente, que alejó riesgos de boicot y contribuyó a un realineamiento de grupos políticos dentro del gobierno que andaban golpeándose la cabeza públicamente.
Obviamente, no estamos en un Cielo de Brigadier ahora. La agenda de boicot explícito fue definitivamente sustituida por la del "parlamentarismo blanco". El Centrão, que a partir del día 26 fue rechazando explícitamente el apodo, objetiva la imposición de una agenda propia que tiene evidente significado ideológico y electoral, a pesar de la mera demanda fisiológica por más cargos y espacio. Ideológico, porque pretende imponer frenos, o incluso reacciones explícitas, a las agendas conservadoras que los mismos partidos que lo componen siempre procuraron sofocar cuando estaban en el poder. Electoral, porque juega con objetivos y alternativas que se presentan en el menú de los políticos y de la gran prensa.
Si la improbable popularidad parlamentaria se impone, el parlamentarismo aparece como alternativa de los golpistas para superar a un Presidente con amplio apoyo popular, pero transformado en reina de Inglaterra. Si no, el fortalecimiento de una composición partidista nueva, posiblemente ya para 2020, en que parte considerable del PSDB, del DEM y de otras leyendas se agreguen en una fuerza política única, con inclinaciones liberales, pero fuerte disposición de preservación de privilegios estamentales, aparece como alternativa deseable. En ese juego, Rodrigo Maia en la primera vía, o Juan Doria en la segunda, igual da. Lo importante es preservar ciertas parcelas. Y también, por extraño que parezca, imponer la agenda.
La agenda también ideológica, de hecho. La misma conocida del público brasileño desde el inicio de la Nueva República. Moderadamente liberal en economía, revolucionaria en las costumbres. Esta segunda parcela, por caso, viene garantizándose por la acción jacobina (esta sí) del Supremo Tribunal Federal. En la ausencia completa de legitimidad popular para aprobación en el Parlamento, sin perjuicio electoral, de pautas como matrimonio gay, criminalización de la homofobia y liberalización del aborto, el STF ya viene actuando desde hace tiempo como el ariete de la Revolución, en el peor sentido de la palabra. Recientemente, en el caso de la homofobia, operaron en el mejor estilo del Derecho Penal nazi, creando crímenes por analogía, en consonancia con el "deseo de la sociedad", que los alemanes de 1930 denominaban "sentimiento del pueblo".
Es esa especie de deep state que disputa hoy una agenda paralela con el gobierno. Se beneficia directamente de embestidas criminales como la que dio munición para Intercept, en la medida que las usan para vaciar cualquier agenda de combate a la corrupción y reducción de la impunidad, que le debilitaría desde dentro, buscando circunscribir la agenda bolsonarista en seguridad pública al combate al crimen organizado y reducción de la impunidad contra la criminalidad violenta. Y parece funcionar como una especie de Poder que se va imponiendo por el debilitamiento progresivo del espíritu disruptivo que eligió y animó el inicio del gobierno, como una horda de mosquitos que va poco a poco minando la voluntad del individuo, aunque uno u otro sean abatidos por un golpe de fuerza bien aplicado. Se hace tan más poderoso cuanto más el gobierno presenta debilidad en defender públicamente las demandas conservadoras que lo eligió --son seis meses de gobierno y ni siquiera se ha aventurado un Plan Nacional de Combate al Aborto, sólo para tomar un ejemplo--, además de no tener una identidad clara aún en cultura o en educación, dos campos que podrían dar sustancia e incluso conformar un aún poco definido bolsonarismo como fuerza política.
En ese juego, incluso la apuesta a las calles como elemento capaz de desequilibrar la disputa parece cargada de cierta vacilación o franco amateurismo. En el que pese a la demostración pública y notoria de fuerza popular el día 26, el gobierno no parece capaz de responder a las demandas de los grupos difusos que se agregaron en torno a la elección de Bolsonaro en 2018. Con la excepción de la batalla por el derecho a la legítima defensa, temas como aborto, valorización de la carrera policial, protección de la familia, combate a la ideología de género, descentralización administrativa en la educación, apertura de las concesiones de radio y televisión para la libre competencia, reforma universitaria, valorización de la alta cultura, restauración del patrimonio histórico, reforma política, entre otras banderas caras a los diversos grupos que hoy componen el todavía difuso bolsonarismo, no han sido acogidas por el gobierno. Muchas de esas personas, al no ver sus anhelos atendidos por el gobierno tienden, progresivamente, a retirar su apoyo o volver a casa.
Para empeorar la situación, una parte considerable de las bases que militaron en la campaña, y en 26-A, parece resentirse de cierto distanciamiento de un gobierno que a ella sólo acude en llamamientos esporádicos, en los momentos de apretón. Los policías, profesores, funcionarios públicos, médicos, periodistas, artistas, empresarios, activistas y toda clase de personas comunes corrieron riesgos reales al involucrarse políticamente en octubre del año pasado y ahora sufren toda suerte de represalias en forma de persecuciones políticas más diversas.
Los líderes políticos con enorme potencial de movilización no han encontrado en el partido del Presidente ni en sus círculos más cercanos un elemento de agregación capaz de organizar la fuerza política aún difusa en cientos de movimientos esparcidos por el país. No existe un plan claro para la formación o consolidación de un partido bolsonarista; no se ve preocupación por la selección y promoción de nuevos liderazgos o formación de cuadros. Al contrario, en muchos estados ya es evidente cierta preocupación con una composición política de arriba a abajo, con candidatos fisiológicos o nuevas subcelebridades (lo que impresiona, después del fracaso rotundo del PSL como fuerza política) escogidos por la proximidad que tiene con círculos próximos al Presidente, haciendo composiciones en base a los viejos cálculos de siempre (tiempo de televisión, número de intermediarios, fondos partidarios, etc.), contando con un (todavía) supuesto poder de transferencia de votos de Bolsonaro, que puede muy bien no concretizarse de hecho. Es sólo recordar lo que fueron las elecciones estaduales posteriores al inicio de la Revolución de 1964, expresión de una derrota fragorosa del movimiento, que aceleró la agenda autoritaria del régimen.
De esta forma, el bolsonarismo se va constituyendo como fuerza política en las capitales y rincones del país, en un agregado de intereses difusos, sin identidad o agenda propia, sin conexión profunda con las bases y la militancia. Y, para empeorar, queda la constatación obvia: no hay un Pablo Guedes, un Tarcisio o un Sergio en cada ciudad del país para componer un equipo de notables.
Lógico que es posible también ver el vaso medio lleno. En un cable de guerra con el Congreso, el gobierno parece estar desplazando lo que antes era una agenda "extremista" hacia el medio término. Fue así, por ejemplo, en la disputa en relación al porte / posesión de armas. Mientras el gobierno tira hacia el porte relativamente generalizado, el Centrão acaba aceptando la posesión prácticamente indiscriminada. Lo mismo puede decirse, en cierto modo, de la Reforma Previsional. No conseguir más de un billón como quiere Guedes puede ser bueno, cuando se consigue más billones de lo que cualquier otro Presidente ya lo ha hecho con esa agenda. El problema, en ese juego, es que hay tendencia a una victoria del Pantano. Con el debilitamiento progresivo del ánimo de la militancia, sin una agenda amplia de reformas que agregue a los diversos grupos en un ímpetu plebiscitario común, que se convierta en acción directa para presionar a los parlamentarios, sirviendo al mismo tiempo como idea fuerza para la organización de un partido-movimiento, la tendencia es que el gobierno vaya amoldándose poco a poco a los parámetros de un tucanato más a la derecha, o aquello que en Brasil mejor se expresa en el nombre de un partido con cada vez más fuerza en el juego político actual - Demócratas (DEM).
Algo así no sería del todo preocupante --quizá hasta propio del juego democrático-- si no sirviera como paracaídas de una agenda francamente revolucionaria, anti-conservadora y anticristiana que hoy avanza por la vía de un Judicial que se transformó en la expresión máxima de un poder político autoritario y no sometido a ningún control popular. En resumen, mientras el gobierno tira hacia la derecha y el Centrão (perdón por la obviedad) hacia el centro, el STF impone, a pesar de la lucha política, la Revolución de arriba a abajo. Y lo que queda, para aquellos que eligieron un Presidente con el objetivo de romper con ese proceso revolucionario, en la raíz del cual reside toda la pérdida de autoridad en la sociedad brasileña, es el cansancio.
Es posible que sea ese sentimiento el que explique la hasta ahora baja movilización en torno a las protestas del día 30. Además de la voluntad de ciertos grupos de dar un giro como el MBL y Vem Para Rua que, después del vergonzoso boicot del día 26, ahora intentan limpiarse en la militancia conservadora, hay cierto desánimo patente en gran parte de las personas. Puede que no se manifieste un vaciamiento sustantivo ya el día 30, pero no se puede dudar que vaya a hacerse presente tarde o temprano. Pese al optimismo con muchos de los ministros del gobierno, parece evidente que nos encontramos en un impasse. Por lo tanto, cabría apelar a un nuevo consejo bíblico, para un Presidente que se eligió usando de letmotive un pasaje del Evangelio, esta vez, del Apocalipsis de San Juan (3, 16): "Así, porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca." En buen romance: ¡reaccione, Bolsonaro!
Eduardo M. de Alencar, en Sensoincomum.org